24/8/09

INCENDIOS FORESTALES

Este verano está siendo especialmente terrible para nuestros montes a causa de los innumerables incendios forestales que están arrasando nuestros bosques sin miramientos. Ahora también en Grecia lo están pasando mal por culpa del fuego. En general, los países mediterráneos tenemos la desgracia de padecer este mal, principalmente a causa del clima caluroso y de la composición de nuestros bosques, con mucho matorral que crece a los pies de las arboledas y que es una mecha difícil de apagar cuando prende y que extiende el fuego de una forma desaforada cuando las condiciones meteorológicas acompañan: viento y calor. (Y cómo no, gracias a los desalmados pirómanos y a los imbéciles negligentes que por estas tierras abundan más que las moscas cojoneras).
Pero para comprender el verdadero poder del fuego hay que estar a pie de obra cuando se produce. Por desgracia he participado en la extinción de algunos incendios forestales y he comprobado que es uno de los acontecimientos que más empequeñecen al ser humano. Ante un incendio forestal un hombre no es nada, incluso cientos de hombres no son nada, mera ceniza. Cuando las proporciones del incendio son de cierta importancia, empieza a autoalimentarse convirtiéndose en un tsunami que arrasa todo lo que tiene por delante, de ahí la importancia de apagarlo lo antes posible, porque, como digo, cuando ha adquirido cierta categoría, él mismo crea una corriente de aire que lo empuja hacia delante, siempre hacia delante, aunque durante todo el día no haya hecho ni una brizna de viento, él se lo genera. Yo he visto tener un incendio controlado en un barranco durante horas y, en menos de cinco minutos recorrer centenares de metros dejando a Bolt en ridículo. Yo he visto las piñas pasar encendidas por encima de mi cabeza y prender las hierbas secas que tenía delante y tener que salir del infierno saltando por encima de sus llamas. Contra eso no se puede hacer nada, absolutamente nada: ni aviones ni helicópteros ni hombres ni hostias; nada. ¿Cómo se para una llama que en diez segundos reduce a cenizas un pino de más de sesenta años? Para apagar un incendio así hay que esperar a que llegue a zonas donde la vegetación sea más rala y mejoren las condiciones meteorológicas. A veces veo en la televisión a los aviones echar agua en pleno bosque, sobre los árboles: craso error. Eso es perder el tiempo. Hay que esperar y buscar las mejores zonas, no echar por echar.
Una cosa que me está sorprendiendo mucho este año es la cantidad de viviendas que se están quemando en los incendios forestales. ¡También se me iba a quemar mi casa por culpa de un incendio forestal! Yo sé que es magnífico vivir en la montaña, en medio del bosque, con las ramas de los pinos acariciando las paredes de la vivienda y los pajaritos cantando en el alféizar de la ventana para despertarnos todas las mañanas. ¡Qué botito! Pero, ¿y cuándo se prende fuego? No me jodan; limpie los alrededores, ¡coño! Aunque el terreno no sea suyo, ¡limpie! Corte árboles, ¡aunque no sean suyos! A tomar por culo cuatro árboles, ¡aunque lo denuncien por cortar cuatro árboles! ¡Córtelos, coño! ¡A mí se me iba a quemar mi casa por culpa de un incendio!
Si el que tiene una casa en medio de un bosque, cuando arde uno, fuera a ver su fuerza, una de dos: o vendía la casa, o limpiaba los alrededores mejor que la taza del váter.
Vayan, vayan a verlo. Ahoguense con su humo, tosan hasta tirar las primeras papillas, lloren con el cianuro de ese humo, ásense con el calor de las brasas; y después cómprense una casita en medio del bosque. ¡Qué botito!