La crisis de Ucrania y el bloqueo de Rusia a los productos europeos va a ser, está siendo ya, una oportunidad de negocio para muchos mangantes españoles. Y es que no hay mal que por bien no venga, como dice acertadamente nuestro refranero.
En un periodo, el estival, en el que hay escasez de noticias, cualquier acontecimiento, por insignificante que sea, es tratado con profusión por los medios de comunicación porque hay que llenar páginas de periódicos y minutos de radio y televisión. Antes teníamos más suerte y nos amenizaban con minutos musicales. Entonces, estos medios, contactan con grandes expertos en la materia, creadores de opinión, que nos instruyen, documentan y adoctrinan sobre la materia en concreto. Muchos de esos expertos no son más que otros periodistas que saben tanto, saben de todo, que son capaces de opinar de la situación en Gaza, de la crisis económica en Guinea Bissau o de la invasión del caracol trompeta en las islas Galápagos. Y hala, allá van: opinan, dan datos (de memoria, no se crean), reflexionan profundamente, se enfadan si les llevan la contraria, y sacan conclusiones que ni los de la ONU. Si en estos organismos internacionales estuvieran atentos a muchos de nuestros periodistas, la solución que buscan con tanto ahínco a los grandes problemas mundiales estarían solucionados en un periquete.
Pero como dije al principio, me voy a referir al problema de la prohibición de Rusia a importar productos de la Unión Europea. Desde que se dio a conocer la noticia, nuestros medios de comunicación no han parado de buscar cuáles son los principales sectores de la economía que se van a ver más afectados. Inmediatamente han lanzado a sus corresponsales a recorrer el país en busca del labrador, del pastor, del pescador, del lechero… para, en muchos casos, darles ellos en primicia la noticia para ver en directo la reacción del pobre entrevistado y así poder preguntarle, con gran abatimiento, qué va a hacer ahora que no le van a comprar sus productos, como si todo lo que se produce en España fuera a parar al mercado ruso. Y aquí está el quid de la cuestión: parece que nos quieran hacer creer que todo lo que producimos se lo comen los rusos, cuando, en lo que se refiere al sector primario, al mercado ruso
sólo se envían el 2% de nuestras exportaciones.
Les voy a exponer qué está pasando en el sector citrícola, que es el que más conozco:
Todos los años, cuando llegan estas fechas, ya se están haciendo los primeros contratos de compra-venta de naranjas. Los comerciales de los empresarios salen a recorrer los campos y van apalabrando el precio de las naranjas según las variedades, para luego firmar los contratos. Pero desde que apareció la noticia de la prohibición de Rusia de importar productos agrarios de la UE, los comerciales han desaparecido del campo. Seguramente se habrán ido todos de vacaciones y estarán encantados leyendo la prensa, escuchando la radio y viendo la televisión, y calibrando el excelente trabajo que les están haciendo los medio de comunicación, acojonando y acojonando sin parar a los ganaderos, agricultores y pescadores españoles que, como siempre, van a pagar el pato del juego sucio que los trileros de este país les van a hacer en las próximas negociaciones. Así, cuando sea el momento preciso, regresarán al campo y les ofrecerán a los agricultores dos pesetas por sus naranjas porque el precio ha caído por culpa de los malditos rojos rusos. «O lo tomas o lo dejas».
Pero, eso sí, usted, sufrido consumidor, esté tranquilo que no va a ver disminuido ni un céntimo el precio de los productos agrarios en el supermercado, ni un céntimo. Usted seguirá pagando lo mismo, el intermediario va a ganar más y al productor que le den, que le sigan dando, que el agujero ya está bien dilatado y por allí ya pasa hasta una legión romana, con intendencia y todo.