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Camps de romería hacia Fukushima |
Antes que nada he de admitirlo: soy malo, malo, malo, soy muy malo. Porque el pobre Francisco Camps está pasando, probablemente, los peores días de su vida, y yo… me descojono. ¿Qué le voy a hacer si he «nasio pa descojonarme»?
Ya ven, la vida es así. Desde que se conoció el auto del juez Flores por el cual sentaba a Camps en el banquillo, el pobre está desaparecido de la vida pública valenciana, que tanto le echa de menos y que tanto le necesita para seguir siendo la comunidad autónoma en la cual se miren todas las demás por obra y gracia suya. Está tan desaparecido que, en Canal 9, su televisión privada en donde aparecía por lo menos en el 50% de las noticias inaugurando cosas y haciendo parlamentos y bailando y saltando y riendo y…, ahora, como no está, se pasan todo el rato contándonos lo llenas que están las playas y lo buena que está la paella valenciana que se comen los madrileños. Y yo… me descojono.
Si esto fuera el Japón le quedaría la salida honrosa de ir en peregrinación al reactor nº Uno de Fukishima y quedarse allí a veranear; o hacerse el harakiri para así lavar su vergüenza, y de paso, una vez enterrado, quitarle un muerto a Rajoy y al PP. Pero por desgracia, esta es la tierra de «Aquí no dimite ni Dios», y por lo tanto, se está planteando otras posibilidades, aunque sean vergonzosas. Total, hace tanto tiempo que la perdió, la vergüenza, que no se va a notar mucho.
Acabo de escuchar en el Telediario unas declaraciones de Soraya Sáez de Santamaría pidiendo dignidad política al PSOE para que adelante las elecciones. Sin salir de mi estupor, me gustaría pedirle a Soraya que de paso le pida lo mismo a Camps para que se vaya de una vez para siempre.