26/2/08

COTIDIANÍAS VATICANAS (III)


(Continuamos)
El diablo travestido bajo los purpurados vestidos del Santo Padre, hacía y deshacía a su antojo. Cansado de los ardores cada vez más apagados de su hija y amante Vannoza, le dio libertad de acción, y antes de expirar su último aliento en la tierra pecadora, aún casó tres veces sin comprometer en ningún momento el buen nombre de Su Santidad el Papa. Su relevo lo tomó al vuelo Julia Fanesse la Bella, a la sazón y en plena sazón corporal, institutriz de sus hijos, y gracias al buen hacer en la Pija Gorda, su hermano Alejandro Fanesse fue nombrado Cardenal. Sus hijos también colaboraban en la Santa Sede, todos para uno y uno para nos, era el lema de Su Santidad: Juan trabajaba de Obispo y vicecanciller; César de Cardenal; Jofre en el papel de Príncipe de Squillace y conde de Cariati; y la dulce y bella Lucrecia de natural ingenio, recibiendo y despachando la correspondencia.
Casó en primeras nupcias la sin par Lucrecia con Giovanni Sforza, señor de Pésaro y pariente de Ludovico el Moro. Se celebró la boda en los salones del Vaticano con pompa “aznaril”, banquete familiar, baile, representación de una comedia, digamos, subidita de tono y mascarada carnavalera. El enlace produjo una violenta reacción de César que intentó asesinar a su recién estrenado cuñado porque le llamó incestuoso. Aseguraban que Lucrecia ensayó artes mágicas y filtros de amor en su hermano Juan para compartir sus fantasías y hacer que fuera al primero en desflorarla, que vírgenes ya tenía demasiadas el Vaticano. Pero su preferido siempre fue su hermano César, posiblemente el que más genes de su padre obtuvo, y se divorció de su esposo Giovanni Sforza aduciendo su impotencia. Su Santidad anuló el matrimonio, como si de una folclórica se tratara, y aceptó la renuncia de César a los hábitos purpurados de Cardenal, pues su vocación eran las armas más que los hábitos. Por puro instinto de supervivencia, Giovanni aceptó la humillación pues estaba seguro de que de no acatar la anulación, su flamante cuñado César lo pasaportaría al otro barrio en un periquete. Y es que César era un asesino consumado, pues había dado muerte a sus hermanos Juan y Jofre por celos después de haber cenado y dormido el uno con Vannoza su madre y el otro con Lucrecia su hermana.
Visto tanto amor demostrado, se propuso el matrimonio entre César y Lucrecia, pero vino a aguarles la fiesta el joven y apuesto Alfonso de Aragón Duque de Bisceglia, hijo natural de Alfonso II de Aragón y de Nápoles. Y hubo otra fiesta de escándalo en los salones Vaticanos. Desnudas las hembras, caminaban a cuatro patas cual tiernas corderitas recogiendo castañas del suelo con la boca, mientras que los feroces lobos las montaban contranatura. Defraudado César, el hijo del diablo, por el amor de su vida, contrató a cuatro asesinos que atacaron al Duque en las escalinatas del Vaticano acuchillándolo sin piedad, pero en ese momento un ángel del señor pasaba por la casa de su amo terrenal, y el Duque pudo escapar a una muerte cierta. Y cuando malherido bajo los tiernos cuidados de su amada Lucrecia se recuperaba de las graves heridas en el tálamo nupcial, apareció el enajenado cuñado acompañado por el gigante Michalotto y mediante engaño, hicieron salir a Lucrecia de la habitación y entrando ellos lo estrangularon. Utilizar la cantarella es menos problemático, le aseguraba el Santo Padre hablando en valenciano.
Triste y sola se quedó la viuda llorando desconsoladamente la muerte de su esposo y no tuvo más opción César que raptarla para consolarla en su dolor, ¡ay! Intervino Su Santidad en el affaire familiar y consiguió liberarla de las garras de su hermano, pero la halló tan bellísima y seductora, tan tierna y desvalida, que animado por el sentimiento del pecado que elevaba la temperatura de su sangre hasta el punto de ebullición, también pecó, carpe diem. Después del carpe diem bien aprovechado en ambos dos, quedó la singular Lucrecia en cinta, el problema era saber si por obra del Espíritu Santo en la tierra o por la del sagaz secuestrador. Al son de los atabales, los dos endemoniados valencianos la pusieron cara al sol y se la pasaron por las armas. Nació un niño del dolor y del pecado. Corrió el Papa Borgia presto y veloz a dictar una Bula que dejara testimonio que el hijo era de César, pero una Bula posterior aclaró que era de él (¿la palabra bulo vendrá de aquí?).
Y la insaciable Lucrecia contrajo matrimonio por tercera vez con Alfonso d’Este, Duque de Ferrara, gracias a la intercesión de Nicolás Maquiavelo, amable embajador matrimonial quien alababa las cualidades de la hija del Santo Padre de Roma: Lucrecia es prudente y discreta, amable y de buena inclinación, revela modestia, dulzura y dignidad, es católica y teme a Dios. Maestros no le han faltado, y voluntad, tampoco.
Alejandro VI invitó a un banquete en los salones vaticanos a Monseñor Adriano de Fornetto y éste al recibir la invitación sonrió recordando que el último invitado a similar banquete fue el difunto Cardenal Ferrari el Avaro, requiescat in pacem, la última víctima de la cantarella, a quien de muerto, Su Santidad le confiscaría su rica hacienda para mejor la repartir entre los necesitados. Pero Monseñor Adriano no era quién para que la tierra se repartiera su cuerpo perecedero, el Papa Borgia sus dineros y el diablo su eterna alma. En el banquete el sirviente de confianza del Santo Padre, no tuvo un buen día, y vació la cantarrella en las copas de vino de Su Santidad y de su hijo César. El Sumo Pontífice valenciano, Morrudo de la Pija Gorda, expiró su alma al demonio, hermano desde hace tanto, quince días después padeciendo fiebres altas y ataques de vómitos, expulsando bilis y licuando sus excrementos, con el cuerpo hinchado como odre de vino, la piel ennegrecida y la lengua como un estropajo, desfigurado y putrefacto, supurando por todas partes. Fue enterrado con ricos hábitos, magníficos ornamentos, pomposa parafernalia religiosa, lloros, lágrimas y sonrisas, por fines y suspiros en unas exequias que duraron nueve días.
Mejor fortuna tuvo César, que más joven y fuerte, pudo soportar los efectos del veneno. El sucesor de su padre fue Pio III, gran odiador de los Borgia, que lo hizo encarcelar ipso facto. Craso error, 23 días después fue a acompañar a su odiado predecesor. Y la cantarella canta que te canta. Le sucedió Julio II como nuevo Pedro de Roma, y enemigo acérrimo de los Borgia, entrega a César al Gran Capitán para que sea juzgado en España. Una vez aquí consigue escapar de la cárcel y se refugia en Pamplona, donde fue obispo, y al servicio de su cuñado el Rey de Navarra, Juan de Albret, muere a cuchillo como había buscado toda su vida en Viana.
Lucrecia murió de fiebre puerperal tras un parto con dificultades, estando felizmente casada con Alfonso d’Este a la edad de 39 años, pocos pero muy bien aprovechados. (Continuará…)

10 comentarios:

Gambutrol dijo...

Madra mía del amor hermoso... me he leído las tres entradas de golpe...

Francamente... no me he enterado de nada, no por tu explicación que es amena y jocosa, sinó por tanto lío entre hijo, hermanos, padres y madres que al final ya nop sabes si uno es el cuñado de la tía de la esposa de él mismo... Esto sí es un culebrón en toda regla.

Por cierto... ¿cómo sabes todo eso?

Merce dijo...

Ja ja ja, que me encanta contado así como lo haces. La familia Borgia, digna de ocupar un par de capítulos del librito aquel de "Vidas ejemplares"

Siga usted con la Historia...

enrique dijo...

¡Qué iglesia más avanzada!
Y que historia apasionante de intrigas, muertes, poder, amor, dinero, cardenales, soldados, Papas, incesto...
Y qué manera más amena de contarla!

Manuel Márquez dijo...

Vaya culebrón, compa Corpi. Entretenido de verdad, y, además, cómo se nota el cariño que les tienes: todo el relato derrocha ternura, empatía y complacencia. Claro, que a éstos (y sus sucesores) toda la caña que les dés se te va a quedar corta....

Felcidades, y un abrazo.

Gambutrol dijo...

Ah por cierto, q se me olvidó decírtelo ayer... aunque tu cacharra es aidga que soy de Igualada... MIENTE!

Corpi dijo...

Gambu: Pues leyendo mucho y buscando información aquí y allí. Por cierto tu último comentario no lo entiendo, para mí que te has equivocado de persona.
Merce: Más que un par de capítulos, un par de enciclopedias.
Enrique: Gracias. Eso sí que eran vidas apasionantes.
Manu: Gracias. Al César lo que es del César y a dios lo que es dios, y estos eran gente de dios, pues eso.

Oruga Azul dijo...

Madre mia del amor hermoso qué indecencia. Si es que no se les puede dejar solos...

Apesardemi dijo...

Excelente forma de relatar la historia :)

Un abrazo, Corpi.

benito_reyes_vega dijo...

Poder y lucha por él, y las circunstancias que lo envuelven todo. Algo de 'historia negra', que siempre hay pues a unos nos suceden otros...

Entretenidos los relatos... Te sigo

Patri dijo...

O_O Ojú, qué manera de contarlo. Y la gracia es que estoy enganchada. ^_^

Besotessssssssss