
Para disfrutar de la lectura, es tan importante tener un buen libro entre las manos como un buen lugar donde leer.
Recuerdo, cuando era niño, un día que descubrí un magnífico naranjo y a sus pies una mullida alfombra de hierba; a partir de entonces muchos días cogía un libro de animales que tenía en mi casa (ZOO se titulaba) y me iba a leer solo debajo de ese naranjo. Desde entonces, cuando salgo a la montaña o a pasear, busco lugares en los que me gustaría sentarme a leer: una roca, un bosquecillo, un saliente que dé a un bonito paisaje. También, cuando entro en una casa, lo primero que miro es si hay alguna estantería con libros, y después busco cuál sería el mejor rincón para poner mi sillón y sentarme a leer.
Evidentemente no hace falta irse muy lejos para sentarse a leer tranquilamente. En la playa también se lee muy bien, como en el banco de un parque mientras los niños juegan con los columpios, en una cafetería o en cualquier lugar donde uno se encuentre a gusto.
Puesto a rememorar, recuerdo un jueves, hace ya la tira, que me senté en unos escalones que hay en la Plaza de la Virgen de Valencia, frente a la puerta de Los Apóstoles de la Catedral, esperando a que empezara la sesión del Tribunal de las Aguas; como aún era pronto, saqué un libro y me puse a leer. Cuando me di cuenta, casi había terminado la sesión de ese jueves por lo absorto que estaba en la lectura; y eso que el libro era: El Estatuto de los Trabajadores.