16/4/07

SANGRE CALIENTE

El otro día paseaba por el campo y tras un ocaso que había teñido las nubes de rojo sangre, las sombras se iban apoderando del paisaje como una mancha de petróleo sobre el mar. Mientras, en el punto cardinal opuesto, una luna gigante y anaranjada se elevaba con parsimonia sobre el lejano mar. Los pájaros cantaban animosos buscando entre las ramas más escondidas de los naranjos un lugar donde poder pasar la noche a salvo de las posibles alimañas nocturnas. Pero había un pájaro que no cantaba alegre como los demás, sino que sus trinos se habían convertido en graznidos histéricos y alborotados que indicaban que algo no iba bien en el cálido crepúsculo primaveral. El pájaro en cuestión era un mirlo, negro y brillante como la obsidiana, que se movía ansioso entre las incipientes sombras intentando captar sobre él mi atención, o eso era lo que yo creía, cuando a un metro de mí pasó dando saltitos como alma que lleva el diablo una cosa negra que identifiqué como un pajarito, e inmediatamente detrás un gato enorme, que ignorando mi presencia se abalanzó sobre el pajarito. Los chillidos del ave acallaron los estridentes graznidos del resto de los de su especie y un silencio de muerte planeó por todo el campo. Mi reacción fue un acto reflejo, y como si me hubiesen dado con una maza en el centro de mi rodilla, le pegué una patada al gato que salió volando con el pajarito en la boca para aterrizar sobre las ramas de un naranjo. El maullido que soltó fue desgarrador y propició que de sus fauces cayera inerte el ave. El gato fue caer al suelo, después de pegarse dos golpes más en el árbol y desaparecer por siempre jamás. Me acerqué al pobre pájaro que yacía en el suelo boca arriba y lo cogí entre mis manos. Su madre continuaba volando cerca de mí chillando para que le devolviera lo que era suyo. Examiné al pajarillo y vi que tenía un ala rota por dos partes además de unos arañazos terribles. Su corazón le latía a cien por hora aunque estaba muerto y lo sabía. Hice con mis manos un hueco, como si fuese el nido donde había nacido y desde donde no debía de haber salido tan pronto, y acomodé al pajarillo con la intención de tranquilizarlo. Poco a poco las pulsaciones de su corazón, que notaba en la palma de mi mano, fueron ralentizándose hasta que al cabo de un rato parecía que el animal se hubiera relajado. La marea de sombras lo había impregnado todo y la luna llena, que en ese momento luchaba por desprenderse atenazada por unas telarañas de nubes, enviaba débiles destellos de luz plateada que se reflejaban en el oscuro ojo del animal que fijo en mí, me suplicaba que terminara de una vez por todas con aquella agonía insufrible. Lentamente acerqué el animal hacia mi rostro y suavemente le di un beso en la cabeza. Sus latidos en vez de acelerarse se ralentizaron y su suave cuerpecito se relajó. Entonces abrí la boca e introduje su pequeña cabecita en mi interior y abracé su cuello con mis dientes; apenas noté el crujido de sus tiernos huesecillos quebrarse entre los dientes y un líquido caliente y espeso corrió por la comisura de mis labios. El sabor de la sangre me excitó y con la lengua me limpié los labios sin que se perdiera ni una sola gota. Después con las manos cavé un hoyo bien profundo y deposité el cadáver del ave y lo cubrí con la fresca tierra. Cuando caminé unos pasos me di la vuelta y vi, iluminada por una luna por fin libre, a su madre que como una viejecita enlutada cantaba una especie de triste letanía sobre la tumba de su hijo…

3 comentarios:

RGAlmazán dijo...

Bonito cuento, pero triste. Me has encogido el corazón.

Salud y República

Mar dijo...

Y aquel día el gato, además de apaleado, se quedó sin cena. Una lástima, un día más sin comer... "¡para una vez que consigo cazar algo!"
La naturaleza puede parecer brutal a nuestros ojos pero lleva su ritmo, normalmente el hombre cuando mete baza no hace más que emponzoñar y equivocarse.
Final inesperado, me gustan las sorpresas en los cuentos.
¡Saludos!

Gambutrol dijo...

Coño, espero que no fueras tu el que se comió el pescuezo del pájaro..., y si es así... ¡que aproveche!