Estuve en ese lugar por primera vez hará unos diez años. Un par de años después volví aunque esa vez me costó bastante más llegar. El lugar no tiene nada de especial. Es un abrigo en una montaña no demasiado alta, ya digo, sin ningún atractivo en sí a no ser por una enorme carrasca (encina), la más grande que se conserva por estos lares y que sólo recibe la visita de los jabalíes que van a comerse sus bellotas, y por la vista espectacular que se puede observar desde allí: a sus pies se extiende el fértil valle del río Vernissa y al fondo, como un guardián centenario, se encuentra el Monestir de Sant Jeroni de Cotalba con su impresionante torre campanario de piedra, desde donde se controlaba el cuerpo y el espíritu de los habitantes de su feudo (hoy por desgracia se han construido muchos adosados en los pueblos de alrededor, un polígono industrial, una autovía y hay proyectados dos campos de golf con unas 2000 viviendas, que se han cargado el paisaje, pero ¿a quién le importa?)
Hará unos tres años intenté subir al abrigo de roca pero la maleza había crecido tanto que me fue imposible pasar. Las aliagas, las zarzas y todo tipo de maleza habían crecido como un cinturón alrededor de la covacha como si quisieran guardar algún tesoro escondido en su interior. El año pasado lo intenté de nuevo por otra ruta pero el resultado fue el mismo: de nuevo la maleza por un lado y el alto farallón por el otro me impedían el acceso. Y finalmente este sábado pasado lo intenté de nuevo por otro sitio con idéntico resultado: fracaso total, me clavé más de mil púas que tardaré varios días en extraer de mil partes de mi cuerpo sin conseguir el objetivo final.
Al bajar al llano cansado, hostiado y magullado me volví a mirar la maldita cueva. Tenía el cuerpo empapado en sudor aunque la temperatura había bajado. El viento fresco del atardecer columpiaba suavemente las ramas de los árboles allá arriba en la montaña. Una pareja de cernícalos comunes que tenían el nido en un agujero del abrigo daban vueltas suspendidos en el aire. Entonces cesó el viento y se produjo un gran silencio… roto sólo por unas sordas y profundas carcajadas que provenían del interior mismo de la cueva.
6 comentarios:
Qué hermosos e inquietantes esos momentos de silencio absoluto en la naturaleza. En cuanto a la cueva... habrá que acostumbrarse a que el hombre no siempre puede salirse con la suya ¿o sí? y si es sí, qué miedo, ¿no?
Pues mira yo soy de las que lo seguiría intentándolo, por el simple hecho de que soy un poco cabezota...así que ánimo..
Thalatta: Sí que es un poco peligroso que el hombre siempre se salga con la suya cueste lo que cueste.
Mar: Por supuesto que lo seguiré intentando.
Que lástima lo de los campos de golf, des de luego no hay derecho... Para mantener los campos de golf se necesita mucha agua... pero...¿de dónde la sacarán? SI NO HAY AGUA. Que asco
No entiendo
¿habia alguien dentro de la cueva?
quien era el que reia?
que sustooooooooo....
jejeje
interesante tu blog...
besos de luz
Gambutrol: Si no hay agua se trae o se busca o se va a donde hay como es este caso, eso no es problema.
Luz: Quien se reía era la montaña misma. La cueva no era más que su boca. Bienvenida.
Publicar un comentario